En la mañana del día de su boda,
cuando nadie estaba despierto,
ella cruzó la frontera en su coche.
Atrás dejó todas las rosas amarillas de su tarta nupcial.
Las lágrimas de su madre, el desayuno que encargó.
Ella se fue, se fue, se fue.
Hay un momento, una muesca en el tiempo,
en el que abandonar el hogar constituye el menor de los delitos.
Cuando las lágrimas ciegan tus ojos,
pero tu corazón puede ver:
otra vida, otra galaxia.
Esa noche sus sueños son agitados por una tormenta como si fueran un sauce.
Oye las nubes,
ve el ojo del huracán
mientras barre la isla de su almohada.
Pero ella se ha ido, se ha ido, se ha ido.
Hay un momento, una muesca en el tiempo,
en el que abandonar el hogar constituye el menor de los delitos.
Cuando las lágrimas ciegan tus ojos, pero tu corazón puede ver:
Otra vida, otra galaxia.