El último tren está a punto de llegar,
el metro va a cerrar pronto,
y en la oscura y desierta estación,
impaciente en impresión
un hombre espera entre las sombras.
Sus ojos se mueven inquietos y escrutan
todo lo que alcanzan o acechan.
Y escondido en lo hondo de su bolsillo,
a buen recaudo dentro de una pequeña caja,
coge una tiza de color.
Entonces, saliendo de las pétreas entrañas del túnel,
el vagón se desliza por el andén
y se abren sus amplias y bienvenidas puertas.
Pero él duda y se retira
a lo mas profundo de las sombras.
El tren se marcha rápidamente
sobre sus ruedas que traquetean en silencio
como un suave taladro en la letanía.
Y él coge el rosario de su tiza,
apretándolo en su mano.
Entonces, la saca de su bolsillo rápidamente,
y con la tiza graba sobre la pared,
más profundo que los anuncios,
un poema sencillamente escrito y formado
por cuatro letras
Y su corazón esta gozoso, exultante, golpeando.
El poema reverbera por entre los raíles.
Deslumbrado por la luz de salida,
sus piernas cogen un vuelo ascendente
para buscar el pecho de la oscuridad y ser amamantado por la noche.